domingo, 13 de septiembre de 2009

El pozo envenenado

En estos días, la vida me ha hecho recordar, de manera violenta como siempre lo hace conmigo, que luchas como la mía nunca terminan, que toda prueba superada no es más que la preparación para una prueba mayor, que toda batalla ganada nos más que el preámbulo para una batalla mayor, más brutal, más sangrienta.

La vida es un duro e interminable entrenamiento.

Digo esto, porque como muchos que han estado o están en mi situación ya han descubierto, resolver en corte el problema de la custodia de nuestros hijos no es final de la guerra, sino el principio de una incesante secuencia de escaramuzas grandes y pequeñas, cuyo único propósito es sabotear la victoria inicial, probar que la custodia compartida no funciona haciendo que no funcione (y así piensan los malvados: si sospechamos que nuestra profecía no se va a cumplir, forcemos su cumplimiento).

Digo esto, porque a la manera de las guerras de la antigüedad, en las que un ejército envenenaba las aguas que habría de beber el otro, así muchas personas, cuando pierden la custodia exclusiva de sus hijos y se ven obligados a compartirla con su ex pareja, a partir de ese momento se dedican a provocar, a desafiar, a hacerle al otro la vida lo más miserable posible.

Digo esto, porque no nos podemos rendir.

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