sábado, 15 de noviembre de 2008

La industria de la madre soltera

El domingo pasado toqué el tema de las elecciones en Puerto Rico y de cómo éstas pudieran significar un cambio en las políticas del estado respecto a las leyes de familia, cambio a favor de leyes que simultáneamente protejan a los niños y traten justamente a los padres.

Pido a mis lectores que no son puertorriqueños un poco de paciencia en lo que vuelvo a hablar de mi país para discutir un problema que me parece no es exclusivo de Puerto Rico, ya que tiene múltiples encarnaciones más sutiles en muchos otros lugares.

En muchas sociedades contemporáneas la madre soltera se ha convertido en un objeto sagrado, en algo intocable que no puede ser cuestionado, porque el consenso universal, patrocinado por la tiranía de la corrección política, afirma que las madres solteras son una especie de mártires sociales que todos debemos compadecer y sentirnos obligados a ayudar y a sostener económicamente. Esta noción se difunde por los medios de comunicación masivos, aunque a todas luces la proliferación de madres solteras sea más que nada el síntoma de un mal social, la disolución del núcleo familiar, que a su vez produce una larga secuencia de otros males sociales: niños criados sin figura paterna, niños que debido a esto tienen más propensión a la criminalidad, a la depresión, a la promiscuidad, etc. (Stephen Dubner y Steven Levitt, autores de Freakonomics, proponen que la drástica reducción de la criminalidad en Estados Unidos posterior a Roe versus Wade se debió precisamente a Roe versus Wade, ya que esta decisión redujo dramáticamente la cantidad de niños criados por madres solteras, niños que, como muchos estudios han demostrado, tienen el doble de probabilidades de convertirse en criminales que los niños criados por ambos padres.)

Puerto Rico es un caso extremo de esta canonización de la madre soltera y de la conversión de esta canonización en una industria. Muchas mujeres han descubierto una manera fácil de ganarse la vida: tener hijos y vivir de las pensiones alimenticias. Y no hablo de aquella mujer que ha tenido que divorciarse y que ahora lucha para rehacer su vida y que recibe pensión alimenticia para ayudarla a criar a sus hijos. Hablo de aquellas mujeres que en Puerto Rico viven de la maternidad, ya sea porque la pensión alimenticia que reciben les sirve para mantenerse a ellas y no al niño, o peor aún, porque son madres en serie que tienen hijos de distintos hombres para poder vivir exclusivamente de las pensiones alimenticias que reciben de dichos hombres.

La actual ley de pensiones alimenticias pervierte todo el proceso de sostenimiento económico de los hijos, contaminándolo desde su base. La presente situación se sostiene sobre tres patas igualmente perniciosas:

Primero, la absoluta desproporción entre las obligaciones de ambas partes, exigiéndole a una (el padre) aportaciones mucho mayores que las exigidas a la otra parte (la madre). La desproporción es tal y la carga es tan onerosa para los padres, que la mayoría de las veces está más allá de sus posibilidades reales y termina llevando a muchos a la bancarrota, a otros muchos a la cárcel, a algunos al suicidio, y les bloquea las posibilidades de reconstruir sus vidas después del divorcio. Para colmo de la injuria, la otra parte puede incluso quedarse sin trabajar, porque el estado no cree que tenga que aportar nada a la carga económica de la crianza de los hijos.

Segundo, la absoluta falta de fiscalización y de controles que aseguren que el dinero aportado a las pensiones alimenticias será usado en los niños. Conozco de un caso en el cual un padre llama a ASUME, la agencia de gobierno que se encarga de administrar las pensiones alimenticias, para denunciar que uno de sus cheques de pensión alimenticia había sido cambiado en un casino de San Juan, sólo para que un funcionario le dijera que su deber era pagar la pensión, y que una vez que ésta llegara a las manos de su ex–esposa ella podía usarla en lo que mejor le pareciera. Ahora, denme una razón para pagar pensión alimenticia. Mientras el gobierno no implemente mecanismos que aseguren que el dinero aportado para los niños será utilizado en los niños, las pensiones alimenticias seguirán siendo usadas por madres inescrupulosas como un medio más de ganarse la vida.

Y tercero y más importante y revelador que lo anterior, la epidemia de madres solteras en Puerto Rico es el resultado directo de la política discriminatoria de las cortes de familia, las cuales adjudican a las mujeres la custodia de los hijos en la casi totalidad de los casos. Como en las leyendas urbanas en las que un villano amputa las piernas de un niño para luego obligarlo a pedir limosna en las calles, en Puerto Rico se le niega la custodia compartida de sus hijos a los padres para luego pedirle al país que sienta compasión de las mujeres que tienen que criar solas a sus hijos. No se puede encontrar un mejor ejemplo de una conciencia social mal intencionada.

La madre soltera, tal y como está concebida en el discurso social puertorriqueño, es una creación política que tiene el propósito de crear un grupo de votantes fieles al partido que proteja sus privilegios, no importa que para ello se sacrifiquen los derechos de gran parte de la población, entiéndase niños y padres.

Digo algo que por sabido no se dice, pero que vale la pena traer a esta discusión: los políticos no buscan el bien del país, sino su propia perpetuación en el poder. Debido a que las mujeres componen la mayoría del electorado puertorriqueño, los políticos no han querido arriesgarse a perder los votos de este sector, y lo han convertido en un sector privilegiado, eximiéndole de las responsabilidades que se exigen a los demás, en este caso, de sostener económicamente a sus hijos. Pregúntense: ¿Cuándo fue la última vez que oyeron que una mujer haya ido a la cárcel por no pagar pensión alimenticia? ¿Nunca? Eso pensé.

La insufrible pasividad y cobardía de los hombres han sido vehículos fundamentales para que esta situación haya llegado a donde ha llegado. Sin ellas el estado actual de nuestras leyes de familia no se hubiera sostenido. Ya es hora de que esto cambie.

Nuestros hijos nos esperan.

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